La semana pasada nos reunimos con todo el equipo, profesores y administrativos, para conversar en torno a una pregunta: ¿Cuál es nuestro rol como educadores en una situación tan compleja como la que vive Colombia?

Fue una conversación tranquila, profunda y con un gran entramado de sentimientos. Hay miedo, hay tristeza, hay indignación y también hay esperanza y determinación para aportar desde nuestro lugar.

A lo largo de la conversación fluyeron muchas ideas que, de una u otra manera, confluyen en nuestro propósito fundamental y adquieren voz en los atributos tilateños.

Si seguimos siendo y educando seres amorosos, enseñaremos a cuidar y a respetar la vida como un valor fundamental; sabremos perdonar aquello que nos ha causado dolor; y desarrollaremos la capacidad de agradecer y valorar los privilegios que tenemos, y de hacer todo lo que esté a nuestro alcance para que otros también los tengan.

Si somos democráticos, asumiremos con responsabilidad nuestro ser político, conscientes y  dueños de nuestras decisiones,  deberes y derechos, y construiremos  consensos en donde todos se sientan acogidos, evitaremos imponer dogmas, pero reconoceremos  y respetaremos   aquellos principios no negociables, como los derechos humanos.

Sabemos que ser felices significa permitir que brille nuestra fortaleza interior y  confiar en que hay razones para la esperanza aún en los momentos más inciertos y, no menos importante, seguiremos trabajando para que cada uno determine su propia vida con dignidad y autenticidad.

Al ser conscientes, nos  damos cuenta del lugar desde el que estamos asumiendo posturas, aprendemos  a no juzgarlas, ni juzgar a otros por no compartir las nuestras;  seremos honestos al reconocer nuestros sesgos, e íntegros para no pretender imponerlos en otros.

Finalmente, como pensadores críticos y creativos, fomentamos el pensamiento, la reflexión, la valentía para revisar nuestras posturas y demostramos un genuino interés por reconocer la complejidad de las situaciones, sin caer en posturas simplistas.

Esto no es nuevo, es el propósito que nos anima todo el tiempo. Sin embargo, hoy entendemos el enorme reto que significa ser coherentes y asegurar que esto no se quede en un discurso bonito sino que sea realmente el pan que nos nutre cada día.

¿Cómo hacerlo? Es aquí en donde entran a jugar un papel muy importante la buena educación, la pedagogía y las herramientas didácticas. Combinación poderosa que hace parte de nuestro oficio y quehacer cotidiano: la conversación que privilegia la escucha empática, es decir, aquella en la que no solamente se comprenden los argumentos del otro, sino que se dispone con sinceridad a construir sobre ellos, y a encontrar nuevas alternativas; la perspectiva,  que  nutre los aprendizajes con diversas  fuentes y puntos de vista, y nos llena de esperanza, porque sabemos que en donde hay varias personas o grupos aportando ideas, surgirá la sinergia;  el enfoque restaurativo, que nos permite desarrollar empatía y el deseo de aprender y construir a partir de nuestros errores; la construcción social del conocimiento, que nos ayuda a aprender con otros; el trabajo colaborativo que nos permite concebirnos y soñar como colectivo y tener siempre presente que más allá de las diferencias nos une un propósito común; un modelo de convivencia que no valida ninguna forma de violencia, así en nuestra sociedad se haya normalizado y que, por el contrario, reconoce el conflicto como elemento constitutivo de la naturaleza humana que puede ser abordado a través del diálogo y las conversaciones que, por difíciles que sean, no pueden ser agresivas; un espacio amoroso en el cual se reconocen, validan y encausan las emociones y se escucha siempre la voz de todos; un modelo curricular en el que el conocimiento se construye en contexto, es decir,  se estructura para que los estudiantes estén bien informados y los profesores los ayuden a comprender la complejidad de las situaciones, sin agobiarlos con tanta información que no alcancen a procesar o los llene de desesperanza. Nuestros niños y jóvenes necesitan entender que hay otros niños y jóvenes que viven en condiciones distintas, motivarse para ser agentes de cambio y trabajar por un país en el todos tengamos una vida digna.

Como equipo reiteramos nuestro compromiso a seguir educando una generación de personas empáticas, solidarias, democráticas, reflexivas, conocedoras de la realidad y creativas en el momento de proponer soluciones. No tenemos la respuesta en el corto plazo, pero sí la certeza de que si nos unimos como comunidad, a través de la educación podremos aportar a la construcción de una mejor versión de este mundo.

– María Isabel Casas.